Distancias físicas, mascarillas, pantallas y bulos. A pesar de los titulares y las llamadas a la “vieja normalidad”, ya nada será como antes. La pandemia ha cambiado nuestras vidas y a pesar de la reducción del peligro ha traído cambios que ya forman parte de lo que somos y de cómo nos comunicamos.
Durante un año y medio hemos aprendido a convivir con la desconfianza continua del contagio. La persona que teníamos al lado, mascarilla mediante, se ha convertido en una “amenaza”. Hemos evitado los tumultos de gente, los interiores y hemos limitado visitas a amigos y familiares por un dolor de cabeza. “Creo que no es Covid pero por si acaso me quedo en casa.”
Hace treinta años, un abogado estadounidense enunció una curiosa teoría, después de una discusión en internet conocida como Ley de Godwin. Esta Ley afirmaba que, si una discusión era lo suficientemente larga, acabaría mencionándose a los nazis o a Hitler de forma natural.
No sabemos si este llamativo enunciado se cumple tan a ciencia cierta como aseguraba en su momento Godwin. Lo que sí está claro es que no hace falta tener una conversación demasiado larga en 2021 para terminar hablando de la pandemia…más bien al contrario.
La propia situación y vivencia colectiva a gran escala es un hecho sin precedentes en la mayoría de las generaciones actualmente. Nuestra comunicación del día a día está marcada, por lo tanto, por el “parte de guerra”: la evolución de las incidencias, lo ‘irresponsables macrobotellones’, “buah, ¿pues sabes quien ha pillado el covid?”…son las conversaciones que copan nuestras horas.
¿Cómo nos comunicamos?
Del mismo modo, la distancia física obligada ha forzado a cambiar la forma de comunicarnos. Tras el terremoto provocado por el confinamiento, donde las pantallas se convirtieron en nuestra “ventana” al mundo exterior, las videollamadas han aumentado un 30%. No son tecnologías disruptivas, ni nuevas, ya existían antes, pero la generalización de su uso ha sido una auténtica oleada.
Comunicaciones múltiples e instantáneas y conexiones con cualquier parte…desde casa. Ello ha marcado nuestras relaciones personales y familiares, así como las laborales. En el mundo del trabajo, no cabe duda de que se han agilizado muchos procesos: hay muchas más reuniones y más virtuales.
Además, nos ha enseñado el auténtico valor de la presencialidad, una vez que la situación epidemiológica ha hecho posible las reuniones cara a cara. Hemos sabido reinterpretar cuándo es necesario vernos de verdad y cuándo a través de una pantalla, algo que sin duda ha optimizado los procesos, aumentado la productividad y ha evitado viajes innecesarios.
En esta presencialidad, también nos hemos tenido que acostumbrar a comunicarnos con la mirada, con los gestos, sin aportar el valor que supone la boca a la comunicación no verbal. Las mascarillas ya son un elemento más del pack móvil, cartera, llaves y ya casi nos hemos acostumbrado a imaginar a una persona debajo del cubrebocas, o de tratar con gente durante meses sin saber cuál es su verdadero rostro. Además de reinterpretar los saludos: “¿Tú das el codo o el puño?”
¿Cómo comunicamos?
Todas estas modificaciones de comportamientos, de canales y de maneras de ver los problemas han tenido un impacto asimismo en los responsables de la comunicación, que son eso, más responsables que nunca de las cosas que dicen y las que hacen en una época incierta y con el efecto del miedo en la población.
Hablar de fallecimientos, hospitalizaciones o diferentes dramas asociados a la pandemia con el mayor cuidado y respeto ha sido un reto, así como la búsqueda de la concienciación por parte de todos los canales de comunicación posibles ya al alcance, desde la televisión hasta el boca a boca.
En este sentido, en lo corporativo, hemos asistido a una ola de marketing más social, más humano y más solidario…en definitiva más consciente con una problemática que en mayor o menor medida ha afectado a todos.
Y del mismo modo aquellos que tienen un altavoz para comunicar: influencers, políticos, líderes de opinión y medios de comunicación tienen más que nunca la responsabilidad de tratar con el mayor cuidado y veracidad la información.
El cómo comunicamos ha sido durante la pandemia, algo absolutamente trascendental para evitar alimentar bulos o fake news que no se basan en evidencias, así como dar espacio a aquellos que si saben de lo que hablan: la revolución de los expertos, que con los nuevos canales de comunicación pueden acceder a la divulgación sin intermediarios.